Masters and Commanders: How For Titans Won the War in the West, 1941-1945, de Andrew Roberts
Alguna vez me preguntaron qué libro de Historia me hubiera gustado escribir. No tuve dudas: Los Tres Órdenes o Lo Imaginario del Feudalismo, de Georges Duby y éste libro que comento aquí.
Roberts nos presenta con lenguaje académico, pero un estilo literario de primer nivel, cómo nació y se desarrolló llamada Relación Especial entre los Estados Unidos y el Reino Unido antes y durante el conflicto bélico, con un trabajo monumental de fuentes históricas primarias y secundarias como nadie las había analizado hasta la aparición de su libro.
De lectura imprescindible para cualquier estudiante o profesional de la historia contemporánea, la obra nos sacude de la modorra intelectual de creer que los ejércitos -y los líderes- de los aliados de occidente actuaron como uno solo, como una máquina aceitada y perfecta funcionando a la perfección.
Si bien la relación personal entre los dos personajes ha producido ríos de tinta, no hay demasiados estudios centrados en la forma en que actuaron los comandantes militares de ambos países y el grado de influencia que tuvieron en ese contexto las ideas -y los caprichos- de FDR y WC.
Nos sorprende saber que el estado mayor norteamericano, ya bajo la dirección del general George Marshall, propuso invadir Europa a mediados de 1942 y que tal idea provocó en sus pares británicos reacciones que oscilaron entre la burla y el desdén. También nos sorprende que Churchill, en principio, pensase que no estarían listos para emprender esa aventura sino hasta avanzado el año 1945.
Las discusiones entre los bandos llegaron, incluso, al punto de que algunos comandantes casi se van a las manos, unos hartos de las intervenciones intempestivas de WC en materia de estrategia y los otros ante la negativa obstinada de FDR en comprometerse en el frente de Africa del Norte.
Es sorprendente también que Roosevelt haya cedido, por cansancio, al plan de Churchill de invadir Italia antes que Francia, algo que provocó resquemores entre sus propios generales que veían al inglés maniobrando para conquistar los Balcanes e intentar la invasión a Alemania por allí.
Roberts trabaja exquisitamente los vericuetos de las relaciones personales, no sólo entre británicos y americanos, sino las de los miembros de cada estado mayor entre sí. Que unos consideraran a Montgomery un general mediocre creído de su propia genialidad después del Alamein y que éste, a su vez, no tenía respeto por sus pares de la otra parte, es un hecho conocido. La Operación Market Garden, un importante fracaso que demoró el avance de los Aliados hacia Alemania, es toda suya y de Churchill.
Sir Alan Brooke, el comandante de todas las tropas británicas, afirma el autor, jamás perdonaría a Churchill por no haberlo defendido con más fuerza después de proponerlo como comandante supremo de la invasión aliada a Francia. El viejo líder cedió ante Roosevelt cuando éste exigió que la conducción fuera americana, bajo el mando del general Dwight Eisenhower.
Igualmente lúcidos son los capítulos dedicados a las conferencias internacionales y la relación con Josef Stalin. La desazón de Churchill y el alto mando británico al saberse los terceros en discordia después de Casablanca está ampliamente documentada en el libro.
Se podría hablar mucho más del libro, detenerse en los esfuerzos del primer ministro para comprometer a Roosevelt en la defensa de Gran Bretaña y su negativa hasta diciembre del 41 (Pearl Harbor) o los entretelones de cómo sí obtuvieron los ingleses el material de guerra -y de otro tipo- maniobrando para la aprobación de la famosa Lend Lease Act.
Roberts deshoja la compleja relación especial que, pese a la desconfianza inicial de los americanos en las intenciones de los ingleses, y los chispazos y enojos en cada discusión sobre táctica y estrategia, produjo la impresionante epopeya de la invasión exitosa al continente europeo y contribuyó a la rápida victoria en el frente occidental.
Roberts nos presenta con lenguaje académico, pero un estilo literario de primer nivel, cómo nació y se desarrolló llamada Relación Especial entre los Estados Unidos y el Reino Unido antes y durante el conflicto bélico, con un trabajo monumental de fuentes históricas primarias y secundarias como nadie las había analizado hasta la aparición de su libro.
De lectura imprescindible para cualquier estudiante o profesional de la historia contemporánea, la obra nos sacude de la modorra intelectual de creer que los ejércitos -y los líderes- de los aliados de occidente actuaron como uno solo, como una máquina aceitada y perfecta funcionando a la perfección.
Si bien la relación personal entre los dos personajes ha producido ríos de tinta, no hay demasiados estudios centrados en la forma en que actuaron los comandantes militares de ambos países y el grado de influencia que tuvieron en ese contexto las ideas -y los caprichos- de FDR y WC.
Nos sorprende saber que el estado mayor norteamericano, ya bajo la dirección del general George Marshall, propuso invadir Europa a mediados de 1942 y que tal idea provocó en sus pares británicos reacciones que oscilaron entre la burla y el desdén. También nos sorprende que Churchill, en principio, pensase que no estarían listos para emprender esa aventura sino hasta avanzado el año 1945.
Las discusiones entre los bandos llegaron, incluso, al punto de que algunos comandantes casi se van a las manos, unos hartos de las intervenciones intempestivas de WC en materia de estrategia y los otros ante la negativa obstinada de FDR en comprometerse en el frente de Africa del Norte.
Es sorprendente también que Roosevelt haya cedido, por cansancio, al plan de Churchill de invadir Italia antes que Francia, algo que provocó resquemores entre sus propios generales que veían al inglés maniobrando para conquistar los Balcanes e intentar la invasión a Alemania por allí.
Roberts trabaja exquisitamente los vericuetos de las relaciones personales, no sólo entre británicos y americanos, sino las de los miembros de cada estado mayor entre sí. Que unos consideraran a Montgomery un general mediocre creído de su propia genialidad después del Alamein y que éste, a su vez, no tenía respeto por sus pares de la otra parte, es un hecho conocido. La Operación Market Garden, un importante fracaso que demoró el avance de los Aliados hacia Alemania, es toda suya y de Churchill.
Sir Alan Brooke, el comandante de todas las tropas británicas, afirma el autor, jamás perdonaría a Churchill por no haberlo defendido con más fuerza después de proponerlo como comandante supremo de la invasión aliada a Francia. El viejo líder cedió ante Roosevelt cuando éste exigió que la conducción fuera americana, bajo el mando del general Dwight Eisenhower.
Igualmente lúcidos son los capítulos dedicados a las conferencias internacionales y la relación con Josef Stalin. La desazón de Churchill y el alto mando británico al saberse los terceros en discordia después de Casablanca está ampliamente documentada en el libro.
Se podría hablar mucho más del libro, detenerse en los esfuerzos del primer ministro para comprometer a Roosevelt en la defensa de Gran Bretaña y su negativa hasta diciembre del 41 (Pearl Harbor) o los entretelones de cómo sí obtuvieron los ingleses el material de guerra -y de otro tipo- maniobrando para la aprobación de la famosa Lend Lease Act.
Roberts deshoja la compleja relación especial que, pese a la desconfianza inicial de los americanos en las intenciones de los ingleses, y los chispazos y enojos en cada discusión sobre táctica y estrategia, produjo la impresionante epopeya de la invasión exitosa al continente europeo y contribuyó a la rápida victoria en el frente occidental.