De Libro Propios y Libros Ajenos
Los que amamos la lectura -y por ende los libros- alguna vez tuvimos sentimientos encontrados cuando de prestarlos se trataba. Porque, ¿quién no ha conocido a esa persona que traicionó nuestras buenas intenciones y se quedó con ese que tanto nos gusto? Hay quienes, como yo, nos hemos olvidado de algún libro que prestamos, hasta que muchos años después fuimos por él a nuestra biblioteca y no estaba. En esos casos pueden pasar dos cosas: que nos acordemos de a quién se lo dimos, y probablemente sea tarde (pelito para la vieja), o que nos devanemos los sesos tratando de descular qué cuernos pasó. Sea lo que fuere lo que hagamos y pensemos sobre el tema, yo, en particular, jamás conocí a nadie que prestase libros a un desconocido. Hasta antes de ayer. Paso a contar, vale la pena.
Como dije en alguna red no hace mucho, llegué tarde a conocer a Carlos Ruiz Zafón. Bueno, no a él, sino a sus novelas (o su novela, en este caso). La Sombra del Viento fue un regalo de Navidad pedido. Me lo debía hacía rato; años, más bien. No voy a comentarlo en esta entrada. Basta con decir que me pareció magnífica, lo que equivale a decir que, entre muchas otras cosas, me quedé con ganas de más Ruiz Zafón. Obsesivo como soy en el tema literario, decidí que tenía que seguir la serie como correspondía, por el segundo libro, El Juego del Ángel, a pesar de que en la primera ya se nos advierte que:
Pregunté a mi trainer que trabaja en una librería conocida y me sentenció: los libros de Ruiz Zafón están agotados hace rato. Como la única batalla que se pierde es la que no da, decidí que no está muerto quien pelea y fui a la librería más grande de aquí, del centro de Martínez, no muy lleno de esperanzas, precisamente. A la amable señora que me atendió le anticipé, "vengo en busca de una quimera". Y no estaba errado: muy profesionalmente me confirmó lo que ya sabía. En otras palabras, "olvidate"
Me dispuse a retirarme vencido, pero sin perder la dignidad, cuando escucho una voz detrás que dice: "yo lo tengo, si querés te lo presto". Una chica joven, con una sonrisa amable, me miraba esperando una respuesta. Mi asombro era grande, confieso. Dos desconocidos hablando de dar y recibir un libro en préstamo sin otra razón que la confianza. Una muestra de desprendimiento puro, de esos que reviven en uno la -apagada- convicción de que no todo está perdido, de que hay personas tan inmensamente generosas capaces de ofrecer un libro (para mí un acto enorme) a quien acaba de pisar la misma librería en la ella se encontraba.
Me dijo algo así como "me encanta prestar libros, porque me encanta leer". Yo seguía mentalmente atónito, pero acepté. Me pidió mi teléfono para intercambiar Whatsapps, cosa que hicimos minutos más tarde. Me volví a casa pensando en lo insólito de la situación, no sabiendo cómo agradecer tamaño gesto. Un rato más tarde recibo un mensaje: si quería, nos veíamos en la puerta de la librería para que me diese el libro. Quedamos para el jueves a la mañana, después del desayuno con mis cuatro amigos del colegio que vivimos en zona norte.
A las 11:330 emprendí el regreso por avenida Alvear hacia el centro de Martínez y le avisé que caminaba con ese rumbo. Antes compré una cajita de trufas rellenas de dulce de leche en Élite, ahí mismo sobre Libertador. En Albarellos y Vicente López, me respondió. Llegué y esperé un par de minutos. Y entonces apareció, sonriente, libro en mano. Yo seguía tratando de deshilvanar las razones por las que alguien podía ser tan generosa. Me repitió lo mismo: le gustaba prestar libros. Le dí los chocolates, "lo menos que podía hacer", dije.
―Tomate el tiempo que necesites, no te preocupes ―agregó, encima de tanta generosidad.
Caminé hasta casa pensando en todo esto y en subirlo a mi blog. Como dije al principio, vale la pena. Son estos los gestos, pequeños para algunos, muy grande para mí, los que nos reconcilian con nuestra especie; aunque sea un ratito.
Agustina: no sé quién sos, ni a qué te dedicás en la vida. Sólo sé que un día de febrero de este año me viste perder la esperanza de encontrar un libro deseado y me lo diste, así, sin conocer quién o qué soy. Seas quien seas, amás tanto a los libros que sos capaz de ofrecerlos para que otros gocen con su lectura, y eso me basta. No cualquiera, sólo las buenas personas.
Gracias, de nuevo, de corazón. Ya lo empecé, con mucho placer. Seguimos en contacto.
Como dije en alguna red no hace mucho, llegué tarde a conocer a Carlos Ruiz Zafón. Bueno, no a él, sino a sus novelas (o su novela, en este caso). La Sombra del Viento fue un regalo de Navidad pedido. Me lo debía hacía rato; años, más bien. No voy a comentarlo en esta entrada. Basta con decir que me pareció magnífica, lo que equivale a decir que, entre muchas otras cosas, me quedé con ganas de más Ruiz Zafón. Obsesivo como soy en el tema literario, decidí que tenía que seguir la serie como correspondía, por el segundo libro, El Juego del Ángel, a pesar de que en la primera ya se nos advierte que:
Este libro forma parte de un ciclo de novelas que se entrecruzan en el universo literario del Cementerio de los Libros Olvidados. Las novelas que forman este ciclo están unidas entre sí a través de personajes e hilos argumentales que tienden puentes narrativos y temáticos, aunque cada una de ellas ofrece una historia cerrada, independiente y contenida en sí misma.
Las diversas entregas de la serie del Cementerio de los Libros Olvidados pueden leerse en cualquier orden o por separado, permitiendo al lector explorar y acceder al laberinto de historias a través de diferentes puertas y caminos que, anudados, le conducirán al corazón de la narración.
(Ruiz Zafón, Carlos (2022). La Sombra del Viento. 4a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Booket).
Pregunté a mi trainer que trabaja en una librería conocida y me sentenció: los libros de Ruiz Zafón están agotados hace rato. Como la única batalla que se pierde es la que no da, decidí que no está muerto quien pelea y fui a la librería más grande de aquí, del centro de Martínez, no muy lleno de esperanzas, precisamente. A la amable señora que me atendió le anticipé, "vengo en busca de una quimera". Y no estaba errado: muy profesionalmente me confirmó lo que ya sabía. En otras palabras, "olvidate"
Me dispuse a retirarme vencido, pero sin perder la dignidad, cuando escucho una voz detrás que dice: "yo lo tengo, si querés te lo presto". Una chica joven, con una sonrisa amable, me miraba esperando una respuesta. Mi asombro era grande, confieso. Dos desconocidos hablando de dar y recibir un libro en préstamo sin otra razón que la confianza. Una muestra de desprendimiento puro, de esos que reviven en uno la -apagada- convicción de que no todo está perdido, de que hay personas tan inmensamente generosas capaces de ofrecer un libro (para mí un acto enorme) a quien acaba de pisar la misma librería en la ella se encontraba.
Me dijo algo así como "me encanta prestar libros, porque me encanta leer". Yo seguía mentalmente atónito, pero acepté. Me pidió mi teléfono para intercambiar Whatsapps, cosa que hicimos minutos más tarde. Me volví a casa pensando en lo insólito de la situación, no sabiendo cómo agradecer tamaño gesto. Un rato más tarde recibo un mensaje: si quería, nos veíamos en la puerta de la librería para que me diese el libro. Quedamos para el jueves a la mañana, después del desayuno con mis cuatro amigos del colegio que vivimos en zona norte.
A las 11:330 emprendí el regreso por avenida Alvear hacia el centro de Martínez y le avisé que caminaba con ese rumbo. Antes compré una cajita de trufas rellenas de dulce de leche en Élite, ahí mismo sobre Libertador. En Albarellos y Vicente López, me respondió. Llegué y esperé un par de minutos. Y entonces apareció, sonriente, libro en mano. Yo seguía tratando de deshilvanar las razones por las que alguien podía ser tan generosa. Me repitió lo mismo: le gustaba prestar libros. Le dí los chocolates, "lo menos que podía hacer", dije.
―Tomate el tiempo que necesites, no te preocupes ―agregó, encima de tanta generosidad.
Caminé hasta casa pensando en todo esto y en subirlo a mi blog. Como dije al principio, vale la pena. Son estos los gestos, pequeños para algunos, muy grande para mí, los que nos reconcilian con nuestra especie; aunque sea un ratito.
Agustina: no sé quién sos, ni a qué te dedicás en la vida. Sólo sé que un día de febrero de este año me viste perder la esperanza de encontrar un libro deseado y me lo diste, así, sin conocer quién o qué soy. Seas quien seas, amás tanto a los libros que sos capaz de ofrecerlos para que otros gocen con su lectura, y eso me basta. No cualquiera, sólo las buenas personas.
Gracias, de nuevo, de corazón. Ya lo empecé, con mucho placer. Seguimos en contacto.