Línea de Fuego, por Arturo Pérez-Reverte
En los primeros minutos del 25 de julio de 1938, en plena Guerra Civil Española, tropas republicanas del 5º Ejército al mando del general Modesto cruzaron el río Ebro y sorprendieron a los soldados nacionalistas que custodiaban la margen derecha del río. La batalla del Ebro fue las más encarnizada de la guerra, duró cuatro meses, y supuso el comienzo del fin para el bando republicano.
Pérez-Reverte nos presenta distintas historias personales y distintos episodios en un período de diez días de combates. Sus personajes no son hombres y mujeres reales, pero representan a todos los estamentos sociales y las ideas políticas que se enfrentaron durante aquellos trágicos años de la historia española. Son obreros, campesinos, maestros, músicos, empleados públicos, militares, médicos, intelectuales, delincuentes, en fin, gente común atrapada en uno u otro bando del conflicto, algunos por convicción, otros por casualidad.
El autor rescata la memoria de padres y abuelos, de aquellos que fueron testigos y partícipes, y la convierte en una extraordinaria novela que mantiene al lector en constante tensión merced a la acción vertiginosa de su desarrollo. Los protagonistas luchan, son heridos, mueren o se salvan rodeados de valor, miedo, cobardía y desgracia. No hay en todo el texto sino admiración por aquellos que debieron enfrentar el destino como mejor pudieron; pero también tristeza, congoja y, por qué no, una visión crítica de la lucha fratricida.
Pérez-Reverte no toma partido. Los hombres y mujeres lo son por igual: ateos o creyentes, comunistas o falangistas, anarquistas o carlistas, civiles o militares, pero españoles casi todos y algunos extranjeros (brigadistas internacionales, asesores soviéticos o italianos), gente común peleando por un ideal o, simplemente, por sobrevivir.
La acción vertiginosa y el hecho de que se narre en "cuadros", yendo de uno a otro bando y de una a otra historia en particular, hace que por momentos la lectura se vuelva compleja. Más de una vez hay que retroceder páginas para recordarnos de quién o quiénes se trata un párrafo, su afiliación y rol.
Don Arturo sí es impiadoso con un tipo de personaje: el comisario político, el cuadro comunista que debía velar que los que estaban bajo su mando, muchas veces militares o brigadistas de alto rango incluso, siguieran, en la acción y el pensamiento, las directivas de Moscú y sus intereses. Responsables de miles de fusilamientos, de enemigos y de propios (especialmente de anarquistas), de las crisis políticas en los gobiernos republicanos, y de no pocas traiciones, es imposible entender la guerra sin abordar el tema de su rol y su influencia.
Línea de Fuego es otro de esos textos imprescindibles a los que nos tiene acostumbrados Pérez-Reverte. Sobre todo, porque está escrito desde la memoria, la experiencia y las entrañas. Y porque, cuando parecía que por fin los españoles habían logrado reconciliarse con esta guerra cruel y terrible que los enfrentó, a partir de la Transición y la nueva constitución, nuevos políticos siembran vientos de discordia y enfrentamiento reflotando el drama de aquella guerra para ser usada como arma ideológica.
Quizás sea necesario repetir, una y otra vez, la idea madre sobre la que Pérez-Reverte construye su relato y que tan bien expresa al comienzo del libro: "...hay un momento en que descubres que una guerra civil no es la lucha del bien contra el mal... Sólo el horror enfrentado a otro horror.»
Pérez-Reverte nos presenta distintas historias personales y distintos episodios en un período de diez días de combates. Sus personajes no son hombres y mujeres reales, pero representan a todos los estamentos sociales y las ideas políticas que se enfrentaron durante aquellos trágicos años de la historia española. Son obreros, campesinos, maestros, músicos, empleados públicos, militares, médicos, intelectuales, delincuentes, en fin, gente común atrapada en uno u otro bando del conflicto, algunos por convicción, otros por casualidad.
El autor rescata la memoria de padres y abuelos, de aquellos que fueron testigos y partícipes, y la convierte en una extraordinaria novela que mantiene al lector en constante tensión merced a la acción vertiginosa de su desarrollo. Los protagonistas luchan, son heridos, mueren o se salvan rodeados de valor, miedo, cobardía y desgracia. No hay en todo el texto sino admiración por aquellos que debieron enfrentar el destino como mejor pudieron; pero también tristeza, congoja y, por qué no, una visión crítica de la lucha fratricida.
Pérez-Reverte no toma partido. Los hombres y mujeres lo son por igual: ateos o creyentes, comunistas o falangistas, anarquistas o carlistas, civiles o militares, pero españoles casi todos y algunos extranjeros (brigadistas internacionales, asesores soviéticos o italianos), gente común peleando por un ideal o, simplemente, por sobrevivir.
La acción vertiginosa y el hecho de que se narre en "cuadros", yendo de uno a otro bando y de una a otra historia en particular, hace que por momentos la lectura se vuelva compleja. Más de una vez hay que retroceder páginas para recordarnos de quién o quiénes se trata un párrafo, su afiliación y rol.
Don Arturo sí es impiadoso con un tipo de personaje: el comisario político, el cuadro comunista que debía velar que los que estaban bajo su mando, muchas veces militares o brigadistas de alto rango incluso, siguieran, en la acción y el pensamiento, las directivas de Moscú y sus intereses. Responsables de miles de fusilamientos, de enemigos y de propios (especialmente de anarquistas), de las crisis políticas en los gobiernos republicanos, y de no pocas traiciones, es imposible entender la guerra sin abordar el tema de su rol y su influencia.
Línea de Fuego es otro de esos textos imprescindibles a los que nos tiene acostumbrados Pérez-Reverte. Sobre todo, porque está escrito desde la memoria, la experiencia y las entrañas. Y porque, cuando parecía que por fin los españoles habían logrado reconciliarse con esta guerra cruel y terrible que los enfrentó, a partir de la Transición y la nueva constitución, nuevos políticos siembran vientos de discordia y enfrentamiento reflotando el drama de aquella guerra para ser usada como arma ideológica.
Quizás sea necesario repetir, una y otra vez, la idea madre sobre la que Pérez-Reverte construye su relato y que tan bien expresa al comienzo del libro: "...hay un momento en que descubres que una guerra civil no es la lucha del bien contra el mal... Sólo el horror enfrentado a otro horror.»